La oficialidad del Santo Entierro, como procesión culmen de la Pasión el Viernes Santo, se debe a una serie de acontecimientos históricos relacionados con decretos reales que parten del reinado de Carlos III de Borbón, rey de España desde 1759 a 1788.
El 17 de marzo de 1784 el monarca decretaba la supresión de todas las cofradías que no fueran sacramentales o que no estuvieran aprobadas por la Iglesia y el Reino. Esto se debía a la abundancia de corporaciones «no oficiales»; ya en 1775 existían más de 25.000 cofradías, pero la mayoría no tenían aprobación eclesiástica y en sus desfiles procesionales se producían con frecuencia numerosos desórdenes y altercados.
Fue su sucesor Carlos IV el monarca que decreta en 1805 que se organice una única procesión el Viernes Santo. Madrid fue la pionera, no permitiéndose aglomeraciones ni «gran boato»; hubo en ella marchas fúnebres y una compañía de Granaderos en el desfile por seguridad.
Esta supresión de corporaciones no sacramentales llegaría a Andalucía a través del obispo de Córdoba, Pedro Antonio de Trevilla, quien suspende las procesiones en 1819 salvo un «Santo Entierro Oficial» con todos los pasos de la Pasión ordenados cronológicamente. Esta situación derivó en muchos otros lugares en el «Santo Entierro Magno». Era la única procesión apoyada por el Rey, motivo por el que también se comenzó a tocar el Himno de España, nuestra Marcha Granadera que data de 1770 (el tercer himno más antiguo, sólo precedido por el de los Países Bajos y el del Reino Unido), y que sonaría a partir de entonces en las procesiones «oficiales».
La Iglesia considera que la «costumbre» tiene «fuerza de ley» si se repite durante treinta años, por lo que esta tradición considera a las cofradías del Santo Entierro como las oficiales, razón por la que vemos desfilar en ellas a las máximas autoridades municipales y cofrades. Y aunque indistintamente algunas lo hagan el Sábado Santo, fue el Viernes Santo (día de la muerte de Cristo) el primer día autorizado para esta procesión, siendo el último paso de la Pasión.
Por Alberto Morales