El Santo Cristo del Convento

Un ejemplo del rico intercambio comercial entre España y el Nuevo Mundo fueron sus obras de arte, de la que Chiclana de la Frontera, como antepuerto de América se vio beneficiada, llegándose a contabilizar hasta cinco imágenes traídas del virreinato de Nueva España; éstas son el Santo Cristo de la Vera Cruz, el Divino Indiano y un pequeño crucifijo de la parroquia de San Sebastián. Pero hay otras desaparecidas y una de ellas bien documentada gracias sobre todo a las investigaciones aportadas por Jesús D. Romero Montalbán. Se trata del Cristo de las Penas, un crucifijo traído de los talleres de Michoacán, que conformaron la principal escuela de arte indígena gracias al obispo castellano Vasco de Quiroga; de allí procede el Santo Cristo de la Vera Cruz y otros muchos crucificados conservados tanto en España como en América.

El Cristo de las Penas fue traído de las Indias por el comerciante chiclanero Francisco Márquez en el siglo XVII y era conocido en la época como el Santo Cristo del convento para diferenciarlo del de la Vera Cruz. Francisco Márquez, una vez llegado de las Indias se estableció definitivamente en Chiclana de la Frontera en 1638, dejando un crucifijo traído del Nuevo Mundo al antiguo convento de San Agustín, donde fundó además una capellanía dotada con 400 ducados. (Una capellanía es una institución instaurada por la Iglesia mediante las cuales el fundador, generalmente una persona acaudalada, dejaba en testamento una cantidad de dinero que se ponía en renta para con las ganancias se pagara la realización de un determinado número de misas por la salvación de su alma. Desde la Edad Media fueron muy frecuentes en España, sobre todo entre la nobleza. En Chiclana de la Frontera las capellanías fueron habituales sobre todo en las iglesias conventuales a lo largo de la Edad Moderna).

Así, Francisco Márquez, ante el notario Francisco de Lerma, funda en 1638 una capellanía de 400 ducados de principal que los impone de los bienes que quedaron de Isabel de Acebedo, su hija, y los divide con cargo de 55 misas rezadas, 4 cantadas en el convento por los frailes en el altar del Santo Cristo que él trajo de Indias (…). Así consta en el Libro Primero de Notarios de lo Antiguo, en el folio 733-v.

Después la capilla pasó a otros propietarios y herederos, entre ellos García Martín Rendón en 1651; o en 1674 a sus herederos. Y en el siglo XVIII también hay referencias sobre su propiedad en los Legajos de Cláusulas de Testamentos correspondientes a 1724 y 1778.

En esta última etapa, el Cristo de las Penas permaneció en su capilla y es entonces cuando su altar fue enriquecido añadiéndosele las imágenes de vestir de Nuestra Señora, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, que conformaron un Calvario.

Llegado el año 1778 los frailes Agustinos se trasladaron a San Telmo dejando en la antigua iglesia algunas imágenes, entre ellas la composición de este calvario y las imágenes titulares de la hermandad de la Soledad y Santo Entierro del convento (que en la actualidad se encuentran en la capilla del Santo Cristo). Hay que recordar que tras la marcha de los Agustinos al nuevo convento de San Telmo en 1778, la iglesia del antiguo convento de San Agustín (que ocupaba esta Orden desde 1577), se utilizó provisionalmente como parroquia de San Juan Bautista mientras duraron las obras de la nueva iglesia neoclásica.

Una vez acabada la construcción de la misma, las imágenes del Calvario ocuparon el altar principal de la entonces capilla de San Pedro (hoy de Jesús de Medinaceli). Así, en el inventario efectuado en 1852, que incluía capillas y oratorios, nos dice lo siguiente: Capilla de San Pedro de esta Iglesia Mayor: un retablo con la efigie del Señor San Pedro, San Francisco de Paula y San Francisco de Asís de tallas, un ara, un atril de caoba (…) una urna de cristal con la efigie de Jesús de las Penas y las imágenes siguientes: Nuestra Señora, San Juan y Santa María Magdalena, un guión de terciopelo bordado en oro del Señor San Pedro, un guión morado de las Penas.

También en dicho documento se refiere a que en dicha capilla había dos altares: el del Calvario y el de San Pedro.

Llegado el siglo XX, por el estado de deterioro de la imagen del crucificado, dada la fragilidad de los materiales de que está hecho (pasta de caña de maíz), erróneamente no se decidió a restaurarlo. Las imágenes del Calvario, en cambio, sí han permanecido. En cuanto a la bella imagen de la dolorosa, sería restaurada en los años setenta y trasladada a la capilla del Santo Cristo, recibiendo la advocación -tras un intento fundacional de hermandad por aquellos años- de Amor y Sacrificio, que posteriormente y tras permanecer muchos años en la cripta de la Iglesia Mayor, sería recuperada al culto público y trasladada a la parroquia de San Antonio bajo la advocación de Dulce Nombre (imagen salida de la gubia malagueña de los Asensio de la Cerca, discípulos de Mena, concretamente a Antonio Asensio, según el investigador Lorenzo Alonso de la Sierra).

En cuanto a San Juan Evangelista y Santa María Magdalena que conformaban el Calvario, desde los años 50 del pasado siglo forman parte de la Hermandad del Santo Cristo.

Por Alberto Morales

Bibliografía:

Devociones desaparecidas. S. XVI – XX, Jesús D. Romero Montalbán en Boletín de la Cofradía de Medinaceli (2017).

Imagen: Reconstrucción del Cristo de las Penas en la capilla de Jesús de Medinaceli (El Periódico de Chiclana: especial Semana Santa, 2017).

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