Mucho es lo que significa en Chiclana el nombre de la santa madre de la Virgen: el lugar más alto de la ciudad, antigua atalaya militar, fuerte, molino y después ermita donde se venera a la santa más chiclanera que da nombre a este sitio histórico y que es punto de referencia de la ciudad por tierra y mar. Aunque es venerada desde el siglo XVI, es a partir del siglo XVIII con la construcción de la actual ermita cuando su imagen titular, bendecida en 1774, se convertirá en la principal devoción comarcal, acudiendo a ella todas las generaciones hasta nuestros días, casi 250 años después.
El cerro
El cerro de Santa Ana, antiguamente conocido como cerro de las Peñas, por su privilegiada ubicación ya debió gozar de gran importancia para los primeros pobladores, tanto fenicios, como después romanos y árabes, pues este lugar domina por su altura un inmenso territorio de campiña y costa, con lo que eso conlleva militarmente. Además, conecta visualmente los dos enclaves fenicios de Chiclana: el castillo de Sancti Petri y la población fortificada fenicio-púnica levantada a orillas del río Iro, en lo que es el otro cerro, el del Castillo, de menor altura que el de Santa Ana.
En excavaciones llevadas a cabo en el entorno de Santa Ana en los años 80 y 90 se descubrieron vestigios romanos, incluso unas lápidas funerarias que han planteado que pudo haber existido aquí una necrópolis romana. Probablemente, y teniendo en cuenta el contexto de la crisis del siglo III d. C. que causó una gran emigración de las zonas urbanas a las villas rurales existió aquí una de esas villae, algo ya estudiado incluso por historiadores del siglo XIX, como el marqués de Iguanzo, en los que ya se menciona al entorno del actual cerro de Santa Ana como uno de los lugares de poblamiento romano.
De la época árabe se poseen pocos datos, pero sí existen referencias al lugar como atalaya militar por la existencia de una torre almenara de época romana que formó parte del sistema defensivo de torres vigías y que usaron diferentes pobladores con el mismo fin: la vigilancia de la costa. Desde las torres almenaras se daban avisos mediante señales de fuego entre las distintas torres, algunas de las cuales aún conservamos en la actualidad (Bermeja y del Puerco, en la playa de la Barrosa, o la torre del islote de Sancti Petri, que continuaron siendo el principal sistema defensivo costero). Algunos historiadores afirman que con los restos de piedras de la torre almenara de Santa Ana se construyó el antiguo molino donde después se levantaría la actual ermita. Algo que no se descarta sobre todo por tratarse del sitio desde donde se tiene la mejor perspectiva visual.
El cerro, que en todo el periodo medieval estaba apartado de la población, era conocido como cerro o risco de las peñas o bien como peñas del resbaladero, nombre con el será conocido hasta el siglo XVI, cuando la duquesa doña Ana de Aragón manda construir en este lugar de propiedad ducal una ermita dedicada a la Abuela del Señor en 1551, siendo vicario de la villa Pedro Gómez de la Cida. En esta ermita surgirá una hermandad de Santa Ana probablemente de carácter asistencial, que por la falta de documentación se deduce que tuvo poco arraigo y que al dejar de estar activa, la ermita quedaría en desuso. También aquí surgirá la primitiva hermandad de Nuestra Señora de Guía.
Los libros de capellanías de misas del siglo XVII mencionan por primera vez la vegetación abundante del cerro, refiriendo a los olivares y algunas viñas de fincas colindantes, así como el acceso al mismo, que era conocido como «Camino de los Olivares»; de hecho, el olivar fue el cultivo más predominante en la época, mayor incluso que la viña, que lo será después en extensión. En el XVIII y sobre todo en el XIX será cuando abunden en el lugar los pinos para dar sombra a los cada vez más peregrinos que acudían a la ya nueva ermita.
Durante dos ocasiones el cerro de Santa Ana estuvo ocupado por las tropas francesas: la primera entre 1810 y 1812 por las tropas napoleónicas, cuando los franceses fueron ocupando los sitios estratégicos y construyendo en ellos distintos fuertes, siendo el de Santa Ana el principal, y al que los franceses lo refieren con el nombre de Sénarmont, en honor del general de artillería muerto en el entorno de Sancti Petri y que sería enterrado bajo el altar de la ermita.
Años después, en 1823, el cerro volvería a estar ocupado por las tropas francesas al mando del duque de Angulema (Los Cien Mil Hijos de San Luis, en defensa de Fernando VII).
La ermita
La primitiva ermita de Santa Ana, que ya entrado el siglo XVIII presentaba un estado ruinoso, sería derribada en 1771. Antes, en 1737 el Cabildo y Regimiento de Chiclana concedía licencia a D. Antonio Isidro de Aguirre, gobernador del castillo de Sancti Petri, para construir un molino en el sitio inmediato a la ermita de Santa Ana, y que estaría en funcionamiento durante unas décadas, ya que en 1772 se derribaría el molino y en su lugar se levantaría la actual ermita, construida por iniciativa y mecenazgo de los señores Francisco y José Manjón, ambos vinculados al comercio de Indias; el primero llegó a ser presidente de la Real Audiencia y Casa de Contratación, caballero de la orden de Calatrava y del Consejo de Su Majestad.
Ambos emprenderán la nueva construcción encargada al arquitecto Torcuato Cayón, inspirándose en la obra capital del artista italiano Donato d´ Angelo Bramante: el templete de San Pietro in Montorio de Roma, realizada a principios del XVI por encargo de los Reyes Católicos. Queda así manifestado el modelo renacentista de los diseños arquitectónicos neoclásicos.
Su construcción terminó el 13 de julio de 1774, inaugurándose con toda solemnidad en la festividad de Santa Ana de ese año, siendo obispo el Rvdmo. Sr. Fray Tomás del Valle.
La ermita resulta peculiar por su diseño arquitectónico y armonía estética, que se inscribe en las construcciones de planta central circular u octogonal (en la antigüedad, la forma circular simbolizaba la realidad divina en el cosmos). Las construcciones de planta central bajo cúpula son de origen dórico romano y se hacen presentes en épocas posteriores, sobre todo en el gusto por lo clásico que caracterizó el Renacimiento y, tras el Barroco, el Neoclásico.
Tras los daños que sufriría la ermita y su entorno en los años de la invasión francesa, la capilla una vez restaurada se abría al culto con toda solemnidad el 24 de julio de 1859. Esto nos lo refiere Francisco Manjón en su Memoria histórico-descriptiva de la capilla de Santa Ana (escrita en 1870 y conservada en el archivo parroquial de San Juan Bautista). Francisco Manjón y Rodríguez (1814 – 1891), que no debe confundirse con el promotor de la construcción de la capilla un siglo antes, fue alcalde de Chiclana entre los años 1875 y 1879, durante la Restauración, reinando Alfonso XII y durante cuyo mandato se le concedería a Chiclana de la Frontera el Título de Ciudad, en 1876.
(Esta memoria histórico-descriptiva viene transcrita en el libro de Jesús D. Romero Montalbán El cerro de Santa Ana. Chiclana, historia y culto, más que recomendado para el conocimiento de todo lo concerniente a Santa Ana).
En el archivo parroquial de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista se conserva un pliego de Indulgencias concedidas por el Papa Clemente XIV en 1774 a los que visiten la capilla de Santa Ana. Igualmente, cuando se volvía a abrir al culto la ermita en 1859, bajo el pontificado del Papa Pio IX, Su Santidad concedió Indulgencia Plenaria a los que peregrinaran a la ermita.
La imagen
Al igual que la ermita, también por encargo de los hermanos Manjón fue el conjunto escultórico de Santa Ana y la Virgen Niña, realizadas entre los años 1772 y 1774 por el sobresaliente escultor genovés Domenico Giscardi (1725 – 1805), estando su policromía a cargo de Diego Rojas. Su bendición tuvo lugar el mismo día que la de la capilla, en la víspera de la festividad de Santa Ana del año 1774. Inspirada en el cuadro de 1650 de Bartolomé Esteban Murillo Santa Ana con la Virgen Niña conservado en el Museo del Prado, se muestra a Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, representación influenciada por la Ilustración, movimiento promotor del aprendizaje y la cultura en el siglo XVIII. A través de este modelo de Santa Ana Maestra es considerada como patrona de los educadores.
Santa Ana ha gozado de una gran devoción en toda la comarca desde su puesta al culto en 1774. Durante la ocupación francesa y los conflictos posteriores que provocaron el cierre y deterioro de la ermita durante años, la imagen permaneció en la iglesia conventual de las RR.MM. Agustinas Recoletas de Jesús Nazareno durante 49 años, regresando a su ermita en solemne procesión el 24 de julio de 1859, para iniciarse allí después de largo tiempo la solemne novena el día 26, festividad de la santa, predicando en ella varios sacerdotes de Chiclana y Cádiz.
Fiestas y costumbres
El día 26 de julio ha sido celebrado de diferentes formas a lo largo del tiempo: romerías, procesiones y veladas en honor de la santa de Chiclana y que hacen de su privilegiado entorno un lugar aún más atractivo en esta noche de verano. Fiesta reflejada en escritos de autores del Romanticismo, como la gaditana afincada en Chiclana Frasquita Larrea y su hija Cecilia Bölh de Faber (Fernán Caballero), que nos ofrecen detalladas descripciones de la fiesta de Santa Ana nos trasladan a las estampas goyescas de la España castiza de principios del siglo XIX, antes de la invasión francesa.
Pero ya tras la Guerra de la Independencia la santa permanecería muchos años más en la iglesia conventual de Jesús Nazareno hasta el traslado a su capilla en 1859, año en que su fiesta se celebró de un modo muy especial dada la vuelta de la imagen a su ermita tras permanecer años cerrada, aunque sólo hay datos de las celebraciones litúrgicas y la procesión de traslado.
El esplendor de antaño no se alcanzaría hasta bien entrado el siglo XX. Fue en 1965 cuando el Ayuntamiento acordó impulsar la festividad de Santa Ana otorgándole un carácter romero que permanecería durante años. La santa iba en una carroza exornada cada año con vistosos motivos florales y distintos adornos artesanales. En la ladera del cerro se celebraban fiestas populares, en la que no faltaban las atracciones de feria, las bandas de música… y los vendedores ambulantes de piñones (ya que es antigua tradición en Chiclana el probar los primeros piñones del año el día de Santa Ana, como así nos lo cuentan nuestros mayores).
La romería dejaría de celebrarse en los años 80, aunque la fiesta seguiría celebrándose en el entorno de la ermita, que permanecía abierta para la veneración a la imagen y ofrenda floral. La causa de que la santa no volviera a procesionar fue el progresivo deterioro de la imagen, que sería finalmente restaurada en 1990 por el escultor y restaurador del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, Mariano Nieto.
Hoy día (desde 2011) la santa vuelve a salir cada 26 de julio, esta vez sobre andas procesionales llevadas por costaleros, con salida desde la Iglesia Mayor, donde antes es trasladada para la solemne novena en su honor, gracias a la comisión parroquial creada para tal fin: que la Santa de Chiclana luzca como merece en su noche de verano, una fiesta que su barrio sigue celebrando y que concluye a medianoche con la llegada de la santa a su ermita bajo lluvias de pétalos y fuegos artificiales.
Además de su fiesta, todos los martes del año es el día dedicado a Santa Ana, antigua tradición que ha hecho de este día un continuo ir y venir de peregrinos hasta su ermita desde el siglo XVIII; razón por la que se construyeron caminos por tierra hasta Chiclana y se mejoraron los accesos a la ermita. También en este contexto surgen los mercadillos en los que los feriantes aprovechaban la ocasión para vender sus productos, una tradición que se mantiene hoy día cada martes.
Una costumbre muy santanera es la de los exvotos: ofrendas ofrecidas por los fieles en acción de gracias por un bien recibido, o reproducciones materiales de objetos, sobre todo de las llaves de la casa como signo de protección del hogar consagrado a la santa, o en agradecimiento por adquirir una vivienda, etc. Destacada es la ofrenda realizada en 1992 por el ciclista chiclanero José Manuel Moreno Periñán, campeón del mundo y medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, medalla que puede verse en la ermita junto a la equipación y fotografías del momento, ofrecidas por el célebre deportista a la Abuela de Chiclana.
Por Alberto Morales
Bibligrafía:
ROMERO MONTALBÁN, Jesús Damián: El Cerro de Santa Ana. Chiclana. Historia y culto (2014).
MONTERO VALENZUELA, Dionisio: Chiclana en el recuerdo (2001).
Imágenes:
. Vista desde el cerro de Santa Ana, según el pintor Riedmayer (1806).
. La ermita de Santa Ana, en la actualidad.
. Santa Ana y la Virgen Niña, obra maestra de Domenico Giscardi (1774).
. Santa Ana, de romería (antigua postal, siglo XX).