»La campana no va a misa, pero avisa» por Ezequiel Simancas

Lunes nueve de agosto, recibo una fotografía y una pregunta, ¿cuándo?

Está claro que la imagen habla por sí sola. Un grupo de costaleros (nosotros) en un relevo todos sonriendo, fruto de emociones vividas un domingo por la mañana de entreno. En la Calle San Miguel, portal número doce. Esto para mi es cuanto menos nostálgico, justamente donde soñaba despierto jugando con eso de “estar debajo de los pasos”. No me perdía ni un entreno, siempre alrededor de ellos y fue así hasta que los sueños se cumplieron. Un palé, mil quinientas puntillas, una toalla y ya teníamos la primera cuadrilla montá.

Dice un buen amigo mío, que los pies del Señor y su Bendita Madre, por mucha adaptación que exista hoy día, siempre serán sus costaleros. Las peticiones la llevan ellos, los que mandan, nosotros llevamos el peso de cada una de esas peticiones a nuestra maña y manera con un trozo de arpillera.

Hay muchos que no entienden esa intensidad que tenemos, nos piden adaptarnos a la “nueva normalidad “a no sé qué historia nueva…

Veréis, el costalero para todo aquel que lo señala después de todo lo demostrado en estos meses de pandemia, es aquel que está acostumbrado a trabajar los pasos con compromiso, respetando las jerarquías, sabiendo trabajar de forma conjunta; es curioso, valores que escasean en nuestro día a día. Y es en la actualidad, el que está viendo con resignación, pero con el mayor de los respetos, como tiene cabida todo menos poder volver a estar debajo de los pasos. Todos los caminos llegan al Señor, en el mayor de los casos por su Madre.

Nosotros, elegimos esta forma. Sabemos que llevarlo sobre los pies, con devoción y mucha afición es el mejor camino para llegar a ellos. Con nuestra verdad siempre en el pie izquierdo que es nuestra mejor forma de empezar el camino. Con el peso de la tradición y la responsabilidad de mantener viva la llama del costalero y aun a sabiendas que estos tiempos tan confusos, nos separan de nuestra forma tan peculiar de rezarles a ellos. Y, sobre todo, sabemos esperar lo que haga falta. Seguiremos estando, nuestra vocación de servicio va impregna en cada trabajadera con sudor, lágrimas y todo lo que tapan los faldones.

¿Cuándo? Solo sé una cosa amigo mío, que estaremos. Eso no me cabe la menor duda, estaremos, cuando Dios quiera. Y volveremos a sentirnos inmensamente felices por volver a sentirnos costaleros.

Un día menos para volver.

Por Ezequiel Simancas

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